José Fernando Carvajal

El dolor que sentí no lo puedo relatar. Las cortadas, las ampollas… Todo. Y, aun así, sufrí en aquel momento un suplicio todavía más grande: el de pensar en mi familia.

Sin espacio para la lástima: La historia de José Fernando Carvajal

Por Cristian Gasca y Óscar Durán.

Sacrificio, sudor y voluntad. Aquella de aceptar el peligro. Es lo que supone desempeñarse en una de las más implacables labores que adelantan, a diario, los miembros de la Policía Nacional: la erradicación de cultivos ilícitos. Cada dictamen operacional que se toma al respecto como parte de la política antidrogas del país se debate con furor en los despachos de las altas esferas gubernamentales encargadas. El Ministerio de Defensa y el de Justicia diseñan y ejecutan estrategias bilaterales. Su objetivo: “terminar con las estructuras criminales de alto impacto y con el flagelo del narcotráfico en Colombia”, declaran expresamente. Las supresiones de estos plantíos son, si no manuales, por aspersión aérea. El primer método cobra más vidas. Y secuelas si no vidas. Pero cobra.

Le maravillaba la fauna. También se destacaba académicamente

Con regularidad ocupaba los mejores puestos en las amplias listas estudiantiles del Colegio Luis Carlos Galán Sarmiento de la ciudad de Bucaramanga, institución donde cursó y se graduó como bachiller.

José Fernando Carvajal es el tercero de los cuatro hijos de Luis José Carvajal Santos y Berta Lucía Rueda, padres del hogar santandereano en el que nació y se crio su muchacho, de ahora veintinueve años. La nostalgia que adviene con las décadas siempre toma fuerza en las vivencias de la primera de estas, pero José solo tiene buenos recuerdos para rememorar. Vivió una infancia estupenda en compañía de su familia. Desarrolló, desde temprana edad, un fuerte nexo afectivo con los animales.

Al cumplir la mayoría de edad, José vio en el servicio militar una oportunidad idónea para continuar su proyección personal. Su preferencia era estudiar medicina, motivado por el innato gusto por la biología con el que había crecido. Amor por los animales tanto como por la ciencia de la vida. Sin embargo, sus padres no contaban con los recursos económicos necesarios para costear el ciclo profesional en una universidad privada. La formación de calidad superior en materia de prevención, diagnóstico y tratamiento de las patologías que aquejan al cuerpo humano es uno de los títulos más costosos que ofrece el sistema educativo en Colombia. José se presentó entonces en las instalaciones de la Policía Nacional para prestar el servicio correspondiente.

Un inquietante temor por la ruralidad y extrañeza de las zonas montañosas, que paradójicamente dotan de identidad a gran parte de la comarca patria, fue el principal motivo por el que habría descartado acudir al Ejército Nacional. Reservas frente a las contingencias del territorio: la normalidad entre sus habitantes. La guerra es el martirio del cual ya todo se conoce, pero nunca se asimila. Vía crucis eterno. José ingresó a la Escuela de Formación Policial de Vélez, en Santander. “No es una decisión que yo imaginase desde pequeño. Si hay algo que realmente nunca llegué a pensar, fue ser policía o militar. Me generaba recelo el monte y todo el tema del conflicto”, recuerda. No obstante, aceptó la alternativa frente a la posibilidad que esta le ofrecía para emplearse con prontitud, ayudar a su familia y costear sus futuros estudios. Tenía veinte años cuando empezó aquel proceso de preparación agencial.

Con el desempeño que mantuvo se abrió paso en el recinto forjando una gran reputación. Vestigios de su etapa bachiller. José y sus compañeros fueron informados de que un destacado rendimiento formativo sería de ayuda para que, una vez culminada su estadía allí, se les asignara luego a las más beneficiosas ubicaciones disponibles para comenzar a ejercer labores; razón por la que él habría de ostentar con esmero todas y cada una de sus tareas dentro de la institución con el objetivo de conseguir tan anhelada destinación. En concordancia con la plena convicción de sus arraigados valores familiares, le encomendó a Dios el mismo propósito. Se crio bajo la devoción católica y es esta un importante pilar de su vida. Se manifiesta en paralelo a todo lo que le ocurre. Positivo o no. Es un hombre de fe.

La noticia del lugar al que José sería destinado fue subyugada a la dilatación de una espera que se aferraba a no cesar jamás. Es como se aguardan los porvenires más decisivos del futuro. Una vez que el dictamen finalmente se hizo público, José tuvo conocimiento acerca de cuál sería su área de operaciones y, posteriormente, la subdivisión de esta a la que había sido asignado. La placa informativa revelaba la inscripción DIRAN – ARECI. El primero es el acrónimo de la Dirección de Antinarcóticos. Le produjo una reacción neutral. La segunda abreviación era, hasta entonces, desconocida para su persona; pero dedujo, vislumbrando la letra A con la que iniciaba, que podía tratarse de una facción de aviación. No era el caso. En cuanto pudo averiguar con cautela, supo que la conjunción hacía referencia al Área de Erradicación de Cultivos Ilícitos.

Parecía fruto de la mala suerte. Del infortunio. Le era correspondida una labor que implicaba, con obligatoriedad, transportarse y operar en aquellos extravagantes territorios que tanto rechazo le producían. La ironía de la situación le llevaba a preguntarse por el motivo de semejante designio al mismo tiempo que su propia convicción le incitaba a aceptar, con una firmeza casi estoica, la inminente ventura y prepararse rápidamente para la nueva etapa que esta significaba. Lo hizo. No por ello consiguió evadir la afección momentánea de la noticia, pero se repuso.

Ahora se hallaba en responsabilidad de contribuir activamente a la eliminación de labranzas de todo tipo de sustancias ilegales que cimentan el enriquecimiento inverosímil de sus cultivadores. Actores del conflicto tan variados como peligrosos: Las disidencias de las FARC, el ELN, el Clan del Golfo. Son algunos. El listado continúa. Una gran mayoría de grupos armados al margen de la ley recurren al narcotráfico como principal fuente de ingresos para respaldar el costo de sus operaciones y funcionamiento. Es su economía.

José tendría que formarse entonces en un moderno ciclo preparativo apropiado para la especialidad: el curso de Operaciones Tácticas Rurales de la Policía (OTR). Los módulos de acondicionamiento incluían también instrucciones precisas para ejercer la guianza canina en el proceso de desmantelamiento de los cultivos. El infranqueable sentido olfativo de los perros es una valiosa herramienta empleada por casi todo tipo de cuerpo de seguridad, desde los encargados de custodiar un establecimiento comercial urbano hasta los que operan dentro de la tormentosa cotidianidad del conflicto armado.

Así se incorporó a las misiones de erradicación tras haber completado el proceso instructivo enfocado en el adiestramiento. Fue todo un placer para él. Desde luego.

El aprecio por los animales se intensifica cuando se trabaja con ellos y se comparte mutuamente la periodicidad del oficio. Es por eso que, en adelante, forjaría un indestructible lazo emocional con quien sería su fiel camarada: Hulk. Era un labrador dorado de ocho años para aquel entonces. Fue entregado a José en calidad de compañero de erradicación. Él ya sentía, como descubrió desde pequeño, una fascinación innata por la vida animal, pero “Hulkito”, como le llamó prontamente, era especial. Compaginaron desde el primer momento como si ya se conocieran. De los canes se dice que tienen un sexto sentido con el que identifican, con prodigiosa rigurosidad, el aura de las personas. Se hicieron inseparables. El hombre y su histórico mejor amigo.

Las rutinas que implicaban los operativos eran tan complejas como repetitivas. El equipo táctico se internaba por vía aérea en las zonas con franjas de cultivos identificadas previamente. Hectáreas por recorrer. Allí descendían del helicóptero y se instalaban en las errantes extensiones selváticas. Al territorio cafetero le sobran. Posteriormente, se acoplaba una base operacional conjunta desde la cual se vigilarían los alrededores. A causa de las limitaciones singulares de la práctica, los guías habrían de llevar consigo lo esencial: sus uniformes, hamacas y alimentación, así como la de sus tusos.

Aquellas estadías se tornaron sumamente dificultosas. Sus requerimientos imitaban a la perfección las condiciones de un programa televisivo de supervivencia amazónica al más puro estilo tribal. Pero la realidad de José y sus compañeros distaba de hacerse presente siquiera cerca de un escenario semejante. Se encontraban en Norte de Santander, ahí operaron durante algún tiempo antes de ser trasladados al Bajo Cauca, subregión antioqueña de cálidas superficies cuyos asentamientos se ubican en las cercanías de los arroyos que nacen de sus montañas. Dadas las cualidades innatas de las principales especies vegetales cultivadas en los sembrados ilícitos, estas son tierras con suma propensión para que las valiosas plantaciones allí florezcan.

Los policías que operan en el lugar son informados de las implicaciones de su labor. Las aceptan con valentía. Enumerar las adversidades presentes les resulta complejo, no porque no exista claridad acerca de cuáles son; sino porque, con el tiempo, se extravía la cuenta numérica que las registra. Emergen como las de mayor envergadura la fauna salvaje, las inacabables extensiones de paisaje boscoso y, por supuesto, la presencia a menudo inadvertible de grupos insurgentes. Sombras de los cultivos. A estos últimos los protegen y rodean, paradójicamente, con otro tipo de plantaciones. Más cercanas a la artificialidad, lejos de acaparar semejanza a algún objeto perteneciente a la naturaleza y, por lo tanto, más letales. Así todo lo que tocan. Las minas antipersona.

Gran parte de la preparación de José consistía en instruirse correctamente para hacer frente a este tipo de contingencias una vez se encontrara presente, como ahora lo hacía, en un entorno tan severamente hostil. El entrenamiento de Hulk se especializaba, consecuentemente, en rastrear aquellos artefactos explosivos siempre imperceptibles a la vista en tanto se valían de gruesas capas de tierra para guardar sigilo y cumplir con su tétrico cometido una vez que el destino aguardase para alguien el infortunio de pisarlos.

El perjuicio físico es efecto de toda arma de guerra. Pero un hecho: hay formas de dañar, y algunas destacan por su inherente crueldad. Apostar a que una de las mentes responsable de la instalación de los dispositivos sacrificaría parte de la capacidad detonante de estos a cambio de generar en sus víctimas un todavía mayor e irreversible trastrueque psicológico no es ninguna locura. Enajenación es fabricar e instalar una bomba en el subsuelo, no evaluar la humanidad de quien está dispuesto a hacerlo. Pues su facultad se encuentra impedida. Trastornada, en suma.

“Eran situaciones que causaban mucho temor, pero había algo particular en mí: me sentía protegido por Dios. En ese momento de mi vida tenía una relación muy bonita con él y sentía que nunca me iba a pasar nada”, rememora José. Su confianza plena en el cobijo celestial fue una muestra de fe. Un acto de devoción que le valió como pilar espiritual en innumerables ocasiones para llevar a cabo su trabajo con el mayor de los éxitos. Para volver a salvo cada noche. Él y su querido Hulk, se encontraba convencido, habían sido cubiertos bajo manto divino. Lo creía estado incondicional. Puede que no se equivocara, pues así fue durante mucho tiempo. Lastimosamente, la desgracia cuenta con aquel factor de espontaneidad sin el cual, de hecho, no sería tan desgraciada, y basta un solo instante para que se haga presente.

A José le asignaron, paulatinamente, otra compañía en reemplazo de Hulk: una perrita llamada Tara. Su habitual asistente se había ya adentrado en los terrenos de la veteranía, que en la vida de las criaturas domésticas suele advenir con suma prontitud en comparación al curso vital humano. Hulkito tenía ya diez años. Su capacidad de servicio y su energía, cada vez más mermada, se habían convertido en motivos recurrentes de preocupación para la cúpula de coordinación del comando de ARECI en el que entonces José operaba. Se hallaba en el municipio de Tarazá, emergente allí en la circunscripción central del Bajo Cauca con la que ya tenía amplia familiarización. La referencia geográfica localiza al lugar a poco menos de doscientos kilómetros del sudeste monteriano.

Era el 10 de noviembre de 2018. José despertó esa mañana con una inquietante sensación de desamparo. La describe como un extraño presentimiento de suma incomodidad que casi parecía anunciarle una tragedia. Un infortunio venidero. Se hizo con el talante suficiente para sobreponerse a los vestigios del augurio, y prosiguió. Junto con Tara, tenían por consigna rastrear un cultivo ilícito identificado en la zona. Durante aquel sábado, examinaron incansablemente numerosas extensiones aledañas hasta que, finalmente, advirtieron el que parecía ser su escudriñado hallazgo.

Mientras José descendía de la cima de una de las características colinas que colman la región, notó que Tara, a la distancia, se encontraba plenamente concentrada con su mirada fija hacia el suelo. Olfateando. Caminaba lentamente a la par que se esforzaba por identificar un extraño aroma que le era motivo de jaleo. José testificó la escena por tan solo un par de segundos. Antes de siquiera generar el primer pensamiento o acción al respecto, se vio de inmediato azotado por una fuerte explosión que emergió directamente del mismo punto sobre el que se encontraba parcialmente estático. Desde el último paso que había acabado de dar. Su cuerpo se elevó violentamente como resultado de la onda expansiva y, con más fulgor todavía, se precipitó de nuevo en caída de natural inercia gravitatoria. Fue con su cabeza que recibió el impacto. La conmoción del momento se resiste a ser descrita.

En un imperante impulso propio de la búsqueda de supervivencia, José intentó levantarse. ponerse de nuevo en pie. No le fue posible. El instante en el que adquirió consciencia de que no contaba con la capacidad de alzarse en posición bípeda lo recuerda con excelsa perfección. Punto bisagra. Cuando dirigió la vista hacia abajo, pudo observar la consecuente magnitud del siniestro: no tenía su pierna derecha. Más de la mitad de esta no se encontraba allí. Su contraparte izquierda se hallaba en estado crítico, condición evidente cuando, al intentar levantarla, esta perdió todo atisbo de unidad, separándose de sí la tibia y encontrándose fracturado el peroné.

Paralelamente, José se percató también de que el dedo anular de su mano izquierda poseía un doblez completamente anormal, acentuando una posición que, a la luz de un apresurado diagnóstico presuntuoso, indicaría una grave rotura.

“El dolor que sentí no lo puedo relatar. Las cortadas, las ampollas… Todo. Y, aun así, sufrí en aquel momento un suplicio todavía más grande: el de pensar en mi familia. Ellos se iban a enterar de lo que estaba pasando, y yo tenía la impresión de que la vida se me estaba yendo. Por eso le pedí a mis compañeros que les dijeran a mis seres queridos que los amaba mucho. A mi mamá, a mi hermana… Recuerdo que miraba al cielo y le preguntaba a Dios por qué permitía que ocurriera esto, si yo trataba siempre de hacer las cosas bien, si yo le estaba sirviendo”, se lamenta José.

Un helicóptero de rescate arribó al lugar alrededor de media hora después de la detonación. José fue abordado a la aeronave y, posteriormente, llevado a la ciudad de Montería para atender su emergencia con prontitud. El parte médico, de rápida estimación, tuvo de igual manera abismal contundencia: a José le debían amputar su pierna izquierda. La mina antipersona que había accionado estaba cubierta por sustancias corrosivas mezcladas con la corteza del herbaje. Aquello suponía riesgo de infección inminente.

Entre tanto, el cuerpo galeno realizaba extenuantes intervenciones en la extremidad derecha de José con el fin de salvaguardar la integridad de su rodilla. Al cabo de unos días, el tejido se vio mayormente comprometido, adquiriendo un opaco tono morado. Fue preciso cercenar también esa pierna en el área superior a la rótula. La conjunción subyacente desde ese punto hasta la planta de su pie había sido ya pulverizada por la explosión. Fue una de las escenas que impactó a José apenas instantes después de haber sido alcanzado por el fuego: el divisar que su extremidad no solo se había separado de su cuerpo, sino que esta no reposaba, en su totalidad, en un lugar adyacente. Se había desintegrado. A causa del accionar quirúrgico requerido, José cuenta a la fecha con amputación bilateral transfemoral.

Cuando tú estés frente al mar y lo tengas que atravesar, llama a este hombre con fe, solo él abre el mar. Al cabo de cuatro días de coma inducido, José despertó escuchando, entre lágrimas, el fragmento coral del Himno de Victoria, aclamada composición cristiana del cantautor estadounidense Danny Berrios. La enfermera encargada de su sala dispuso la pieza musical para él. Una vez incorporado, a José le invadió una alegría desbordante ante lo que para él representó el regalo de seguir viviendo. Es lo que pensó en aquel momento. Que era afortunado. Que volvería a ver a su familia. A Hulkito. Sin el cual parecía estar desamparado y a la deriva. Su amigo era una suerte de ángel protector en compañía del cual no había sufrido jamás percance alguno. Ejerció durante años como guía canino; pero, quizá, en el fondo y de paradójica suerte, fue Hulk quien por tanto tiempo lo guio a él. Infalible olfato.

Guardián como ninguno.

Continuaba levantando sus manos hacia el cielo al ritmo de la melodía. Hermano, no tengas temor, si detrás viene faraón. Un caudal incesante era su llanto. Bálsamo para almas arraigadas a la fe. José comunicaba a Dios su disposición de perdonar a los responsables de lo ocurrido, le suplicaba que obrara igual y le encomendaba también que le otorgase fuerzas para dar continuidad a su vida en refugio de su aprecio. Quería alejarse del odio. De la rabia. Claman por ello todos quienes experimentan la guerra. Es voluntad colectiva.

Le esperaban en Bucaramanga con un masivo recibimiento. Propio de héroe. Buses llenos, pasillo de honor y caravanas de automóviles y motocicletas. Fue para José un centelleante alivianador de su aún latente dolor, pero lo fue aún más el presente que daba significado a toda aquella movilización: su familia, con la que nunca dejó de contar, le acompañaba. Padres despojados del agobio, Luis José y Berta Lucía en agasajada templanza, ofrecían su presencia a la emotividad del reencuentro de José con la tierra que le vio nacer. Donde todo dio inicio.

Transcurridos unos días, le fue también devuelta la tenencia de Hulk, quien, como si el castellano comprendiera, parecía haber sido informado de los hechos. Al detalle. Saludó José con la eminencia y espontaneidad propia de una criatura que no encuentra reparo en su pasión por quien considera su amo. Hulkito no habría notado diferencia alguna en el aspecto de su compañero, podría verle entre una docena de gemelos y aún sabría que es él. Se les entrena en detección de minas, no en lealtad. Esa es de fábrica.

José dio inicio después a sesiones de fisioterapia. Su objetivo era adquirir estabilidad continua con las prótesis que ahora llevaba consigo para así caminar con la mayor normalidad posible. Fueron seis meses. Participaba de un desfile honorario cuando, rozando la incredulidad, se vio capaz de dar pasos firmes. Uno tras otro. Puede que, inmerso en el plausible caos que le atacó en la lejanía de aquella comarca situada en la ruralidad de Tarazá, creyera que lo que ahora vivía era solo el porvenir de ilusorias fantasías. Lo cierto es que no.

“Cada mañana, al levantarse, uno ve la realidad, y es que uno no está como nació: completo. Íntegro. Entonces ha sido algo difícil, pero también llevadero…”, relata José. 

Resulta verdaderamente meritorio el que se haya sobrepuesto con admirable voluntad. Nadie permanecería indiferente, por supuesto; aunque es igualmente verdadero que no se suele aguardar preparación para que ocurra una símil calamidad. José se ha dedicado a varios proyectos prometedores que le han significado un gran crecimiento personal. Estudió inglés en el Centro de Idiomas de la Policía Nacional, italiano en la nación mediterránea de la mano de su padrino, el General Silverio, con estadía en el país, e incluso logró empezar su carrera profesional en la Universidad Sergio Arboleda como beneficiario de una beca otorgada por la institución.

La gran clave para dar continuidad, día a día, a su imbatible proyecto de vida es la revalidación del diálogo interno, de la disciplina y la clarificación de los propósitos. Así lo cree en profundo convencimiento de su ser. José resalta con ahínco la importancia de autoconvencerse, al tenor de cada advenimiento matutino, de dar paso a la tenacidad necesaria para levantarse del dormitorio, colocarse sus prótesis y enfrentar la rutina de su propio mundo, sin cuyas metas no podría haber motivo que dotase de sentido el periódico esfuerzo diario. Pero lo tiene. Su norte existe.

Parte de la más compleja faceta de la lucha personal de José acaparó el espectro de su autoreconocimiento físico. “Yo era muy vanidoso. Me sentía muy bien con mi uniforme, por ejemplo. Al verme al espejo, me reconfortaba. Ese tipo de pensamientos hace que me pregunte por lo que habría pasado si no hubiese sucedido lo que sucedió, en dónde estaría hoy o cómo me vería. Pero no me centro en esa idea por el hecho de que es una realidad que no hay forma de cambiar”, razona José. Como antes y como ahora. Visión estoica.

Es la propia experiencia lo que le ha llevado a ampliar su perspectiva al respecto de la discapacidad. “Es muy difícil. Me causa demasiada tristeza cuando veo personas que no han podido caminar nunca porque nacieron con esa condición o gente con distintas limitaciones que vive en condiciones inconcebibles. Yo, gracias a Dios, tengo esa bendición de poder hacer mis cosas por mi cuenta. Soy consciente de que hay personas que se quedan permanentemente en una cama. Uno se da cuenta de eso, de lo injusta que es la vida”, apunta.

Su reflexión al respecto y la enérgica personalidad que le caracteriza son las fuentes de convicción a través de las cuales asimila la estigmatización que se ve expuesto a afrontar en medio de la convivencia social. A José ya no le preocupa escuchar comentarios consecuentes que impliquen interés en lo ocurrido o acaso preguntas despojadas del filtro de conducta pública proveniente de niños con desbordante curiosidad atenuada por su edad. Si la situación llega incluso al extremo de lo cómico, José se lo toma como tal.

Caso opuesto es el que implica un escenario que le desagrada de sobremanera: el de la excesiva compasión. “No doy lástima. Soy una persona echada pa´lante. Un hombre competitivo en muchas áreas de su vida. A raíz de todo lo ocurrido, suelo causar admiración en la gente. Eso es lo que me he propuesto seguir generando”, asegura José.

En calidad de acreedor de la buena fortuna con la que le ha rodeado el porvenir para sobrellevar su suerte, José vive permanentemente con esa predisposición positiva que jamás abandona. Le pone la cara al futuro. Tiene motivos suficientes para hacerlo. Sus pilares son inquebrantables.

De la misma forma en la que no cedió su extenuante fe cuando el destino así se lo propuso, tampoco lo hace él en cuando atenúa su siempre renovado empeño. Podría caerle un planeta encima y volvería, aun así, a ratificar su confianza celestial, pues en firmeza se le equipara poco y nada. Es tan fuerte como su vínculo con su familia. .

 

Con Hulk, que a la vez es tan vigoroso como su nombre, pues carga consigo el peso de ser un sostén emocional de incalculable valor para José y el gran hito de haberle protegido siempre como todo un héroe. Es lo que ambos son. A su lado tú pasarás y allí tú vas a entonar el Himno de Victoria, culmina Berrios. 

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